CASO ENRIQUE MARTINEZ
CASO ENRIQUE MARTINEZ ORTIZ
Este caso ha sido tratado recientemente en el programa "Cuarto Milenio" y es un suceso verdaderamente extraño, que algunas personas incluso, relacionan con lo paranormal debido al contexto de lo sucedido y al lugar donde ocurrió.
Ocurrió mientras
buscaba setas en compañía de 3 amigos en la Sierra de La
Mussara, a 300 metros del repetidor de televisión. No se ha sabido nada desde
entonces.
Lo más espeluznante no es
el suceso en sí, sino el encuentro con lo paranormal que se produciría después
del dispositivo de búsqueda. ¿Qué paso realmente?
·
¿QUÉ
ES Y DONDE ESTÁ LA MUSSARA?
La Mussara es un pueblo abandonado de las Montañas de Prades y la Costa
Dorada que quedó anexionado al término municipal de
Vilaplana en 1961.
A diferencia de los
pueblos vecinos, como Mont-Ral, La Febró o Capafonts, La Mussara sufrió un proceso de despoblación del que no se recuperó.
Este éxodo
se consumó en la primera mitad del siglo XX. Gracias a los libros,
sabemos cómo fue el final de La Mussara y quiénes fueron sus últimos
habitantes.
Albert Manent atribuyó la
emigración a la falta de agua, la pobre calidad de la tierra y la carencia de
elementos de modernidad, como electricidad, teléfono o médico.
De esta manera, el 16 de febrero de 1961, un decreto del ministerio de gobernación la
incorporó al término municipal de Vilaplana. Años después, fue saqueada.
·
TRAS
DAR ESOS DETALLES PARA ENTENDER MEJOR EL CONTEXTO DEL CASO, VAYAMOS CON QUIEN
ERA ENRIQUE.
Enrique Martínez
era un joven de 36 años nacido en Alquife,
Granada. Vivía en Tarragona, en el barrio de Campclar, donde trabajaba
regentando un bar.
De acuerdo con lo que podemos
leer en la hemeroteca de la época, estaba casado con Ana María. Además, solía
salir a la montaña en busca de setas.
2. DIA DE LOS HECHOS
El miércoles 16 de octubre de 1991, Enrique Martínez y tres
amigos llegaron de buena mañana a La Mussara para coger níscalos y espárragos,
de los que abundan por la zona.
Solían hacerlo con frecuencia y disponían de
una táctica bien ensayada para abarcar el mayor campo de acción posible: los
cuatro se separaban una distancia prudencial y, mientras avanzaban, hablaban
continuamente para ubicarse, ya que no había contacto visual entre ellos.
Después de unos metros sin escuchar la voz
de Enrique, los
amigos le preguntaron si todo iba bien. Silencio.
Volvieron a llamarle a voces. Silencio.
A Enrique le había pasado algo. Corrieron hacia el punto en el
que le habían oído hablar por última vez y sólo encontraron la cesta de mimbre
que portaba con una única seta en su interior.
Después de recorrer la zona un par de veces sin
resultado, los amigos se dirigieron hacia los coches, que habían dejado
aparcados unos metros antes de llegar a las ruinas de La Mussara.
El de Enrique continuaba
perfectamente estacionado, y en su interior encontraron la documentación del
desaparecido, el tabaco y una medicina que debía tomar varias veces al día.
Todo estaba tal y como su amigo lo había dejado.
Martínez Ortiz conocía perfectamente el terreno desde hacía años, por lo que sus amigos consideraron altamente improbable que se hubiese perdido, de modo que se dirigieron al cuartelillo de la Guardia Civil más cercano a pedir ayuda. Varios agentes del Instituto Armado realizaron una primera batida de urgencia por la zona, con resultado negativo.
Los rastreos seguirían durante varios días, y a los guardias civiles se sumaron grupos de voluntarios además de unidades de guías caninos con perros adiestrados para la detección de rastros de personas. No encontraron absolutamente nada; era como si a Enrique Martínez se le hubiese tragado la tierra. Las autoridades decidieron entonces que se sumase a las tareas de búsqueda una unidad de Zapadores de Montaña del Ejército, además de 200 soldados de la cercana base de Los Castillejos. No podían creer que una persona pudiera haberse volatilizado así, sin más, sin dejar la más mínima pista que seguir, huellas, restos de ropa, olor corporal, lo que fuera
En un último intento de impulsar la busca, el gobernador civil de Tarragona ordenaba que se sumasen a las batidas otros 50 militares del cuartel General Contreras de Tarragona. Todo fue inútil, y Enrique Martínez Ortiz pasó a engrosar la lista de “desapariciones inquietantes” que manejan las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Los investigadores habían descartado de inmediato la posibilidad de que Enrique se hubiese marchado voluntariamente porque no tenía motivos para ello, por el dato de la medicina y porque estaba muy unido a su familia, hasta tal punto que nunca se ausentaba de casa sin dejar dicho dónde iba. También descartaron que hubiese sido presa de las alimañas del bosque ya que, en ese caso, algún resto tenía que haber aparecido necesariamente y no fue así.
Siete monjes transparentes
Después de semanas de batidas y
rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar el dispositivo de
búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban a Enrique Martínez el
infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los
trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos mismos,
incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender al ser
más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de un
ciudadano.
En enero de 1992, tres meses
después de los hechos, Jorge
Roberto Boluda, uno de los amigos de Enrique Martínez,
acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente alterado y pidió hablar con el
juez que llevaba el caso de la desaparición de su amigo, el titular del juzgado
número 4. La declaración de Jorge dejó
descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto
de que decidieron
1.
EL SUPUESTO ENCUENTRO CON LO PARANORMAL
Siete
monjes transparentes
Después
de semanas de batidas y rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar
el dispositivo de búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban
a Enrique Martínez el
infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los
trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos
mismos, incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender
al ser más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de
un ciudadano.
En
enero de 1992, tres meses después de los hechos, Jorge Roberto Boluda,
uno de los amigos de Enrique
Martínez, acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente
alterado y pidió hablar con el juez que llevaba el caso de la desaparición de
su amigo, el titular del juzgado número 4. La declaración de Jorge dejó
descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto
de que decidieron
Jorge explicó
que la tarde anterior había acudido a las inmediaciones de La Mussara con los
otros dos jóvenes amigos de Enrique para seguir buscando al desaparecido. Tras una buena
caminata, exhaustos y hambrientos, se dirigieron a las ruinas del pueblo a
descansar un rato antes de regresar a casa. Pasaban unos minutos de la
medianoche cuando escucharon ruido de cascos de caballos provenientes de la
zona de la iglesia de San Salvador. Al asomarse a la puerta del templo
abandonado, los tres jóvenes contemplaron, horrorizados, a unas figuras
semitransparentes ataviadas con una especie de hábitos de monje de color oscuro
o negro, con la capucha puesta. Según este testimonio, serían en total unas
siete figuras las que deambulaban dentro de la iglesia, intentaron hablar con
ellas pero fueron ignorados y, al cabo de unos cuatro minutos, desaparecieron
súbitamente.
2. LA HIPÓTESIS DE LA
DESAPARICIÓN
Su esposa, quien contrató a videntes, no perdió la esperanza. Descartaba la hipótesis de la desaparición voluntaria, creía que su marido había sufrido un accidente
Tiene todo el sentido del mundo. Al fin y al cabo, en la Sierra de La Mussara existen simas en las que podría haber quedado atrapado Enrique Martínez.
No hubo suerte.
Las labores de búsqueda
se detuvieron el 22 de octubre, 6 días después. Según la prensa, los bomberos
suspendieron el rastreo ante la falta de novedades.
Han pasado 30 años desde
aquel 16 de octubre de 1991. Visto con perspectiva ¿Cómo puede ser que no haya
habido ninguna pista de su paradero?
Una de las hipótesis
posibles es que Enrique, hubiese caído por algún lugar de difícil acceso y que
no pudiese encontrarse ni ser hallado.
Este lugar, es muy
frecuentada y debida a que nadie nunca vio ningún rastro o pista de Enrique, o
el joven se cayó, o se lo tragó la tierra.
VÍDEO TRATANDO EL SUCESO:
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