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CASO ENRIQUE MARTINEZ

 

CASO ENRIQUE MARTINEZ ORTIZ

Este caso ha sido tratado recientemente en el programa "Cuarto Milenio" y es un suceso verdaderamente extraño, que algunas personas incluso, relacionan con lo paranormal debido al contexto de lo sucedido y al lugar donde ocurrió.

 Enrique Martínez Ortiz es el protagonista de la desaparición más popular  de  La Mussara. Se le perdió la pista hace 30 años, un miércoles 16 de octubre de 1991.

Ocurrió mientras buscaba setas en compañía de 3 amigos en la Sierra de La Mussara, a 300 metros del repetidor de televisión. No se ha sabido nada desde entonces.

Lo más espeluznante no es el suceso en sí, sino el encuentro con lo paranormal que se produciría después del dispositivo de búsqueda. ¿Qué paso realmente?

·        ¿QUÉ ES Y DONDE ESTÁ LA MUSSARA?

La Mussara es un pueblo abandonado de las Montañas de Prades y la Costa Dorada que quedó anexionado al término municipal de Vilaplana en 1961.

A diferencia de los pueblos vecinos, como Mont-Ral, La Febró o Capafonts, La Mussara sufrió un proceso de despoblación del que no se recuperó.

Este éxodo se consumó en la primera mitad del siglo XX. Gracias a los libros, sabemos cómo fue el final de La Mussara y quiénes fueron sus últimos habitantes.

Albert Manent atribuyó la emigración a la falta de agua, la pobre calidad de la tierra y la carencia de elementos de modernidad, como electricidad, teléfono o médico.

De esta manera, el 16 de febrero de 1961, un decreto del ministerio de gobernación la incorporó al término municipal de Vilaplana. Años después, fue saqueada.

 

·        TRAS DAR ESOS DETALLES PARA ENTENDER MEJOR EL CONTEXTO DEL CASO, VAYAMOS CON QUIEN ERA ENRIQUE.

Enrique Martínez era un joven de 36 años nacido en Alquife, Granada. Vivía en Tarragona, en el barrio de Campclar, donde trabajaba regentando un bar.

De acuerdo con lo que podemos leer en la hemeroteca de la época, estaba casado con Ana María. Además, solía salir a la montaña en busca de setas.

2.    DIA DE LOS HECHOS

El miércoles 16 de octubre de 1991, Enrique Martínez y tres amigos llegaron de buena mañana a La Mussara para coger níscalos y espárragos, de los que abundan por la zona.

Solían hacerlo con frecuencia y disponían de una táctica bien ensayada para abarcar el mayor campo de acción posible: los cuatro se separaban una distancia prudencial y, mientras avanzaban, hablaban continuamente para ubicarse, ya que no había contacto visual entre ellos.

Después de unos metros sin escuchar la voz de Enrique, los amigos le preguntaron si todo iba bien. Silencio.

Volvieron a llamarle a voces. Silencio.

Enrique le había pasado algo. Corrieron hacia el punto en el que le habían oído hablar por última vez y sólo encontraron la cesta de mimbre que portaba con una única seta en su interior.

Después de recorrer la zona un par de veces sin resultado, los amigos se dirigieron hacia los coches, que habían dejado aparcados unos metros antes de llegar a las ruinas de La Mussara.

El de Enrique continuaba perfectamente estacionado, y en su interior encontraron la documentación del desaparecido, el tabaco y una medicina que debía tomar varias veces al día. Todo estaba tal y como su amigo lo había dejado.

Martínez Ortiz conocía perfectamente el terreno desde hacía años, por lo que sus amigos consideraron altamente improbable que se hubiese perdido, de modo que se dirigieron al cuartelillo de la Guardia Civil más cercano a pedir ayuda. Varios agentes del Instituto Armado realizaron una primera batida de urgencia por la zona, con resultado negativo. 

Los rastreos seguirían durante varios días, y a los guardias civiles se sumaron grupos de voluntarios además de unidades de guías caninos con perros adiestrados para la detección de rastros de personas. No encontraron absolutamente nada; era como si a Enrique Martínez se le hubiese tragado la tierra. Las autoridades decidieron entonces que se sumase a las tareas de búsqueda una unidad de Zapadores de Montaña del Ejército, además de 200 soldados de la cercana base de Los Castillejos. No podían creer que una persona pudiera haberse volatilizado así, sin más, sin dejar la más mínima pista que seguir, huellas, restos de ropa, olor corporal, lo que fuera

En un último intento de impulsar la busca, el gobernador civil de Tarragona ordenaba que se sumasen a las batidas otros 50 militares del cuartel General Contreras de Tarragona. Todo fue inútil, y Enrique Martínez Ortiz pasó a engrosar la lista de “desapariciones inquietantes” que manejan las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Los investigadores habían descartado de inmediato la posibilidad de que Enrique se hubiese marchado voluntariamente porque no tenía motivos para ello, por el dato de la medicina y porque estaba muy unido a su familia, hasta tal punto que nunca se ausentaba de casa sin dejar dicho dónde iba. También descartaron que hubiese sido presa de las alimañas del bosque ya que, en ese caso, algún resto tenía que haber aparecido necesariamente y no fue así.

Siete monjes transparentes

Después de semanas de batidas y rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar el dispositivo de búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban a Enrique Martínez el infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos mismos, incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender al ser más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de un ciudadano.

En enero de 1992, tres meses después de los hechos, Jorge Roberto Boluda, uno de los amigos de Enrique Martínez, acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente alterado y pidió hablar con el juez que llevaba el caso de la desaparición de su amigo, el titular del juzgado número 4. La declaración de Jorge dejó descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto de que decidieron  no tener en cuenta su insólita historia, por ser a todas luces tan imposible de verificar como difícil de creer.

1.   EL SUPUESTO ENCUENTRO CON LO PARANORMAL

Siete monjes transparentes

Después de semanas de batidas y rastreos en balde, las autoridades decidieron levantar el dispositivo de búsqueda por falta de avances. Los amigos que acompañaban a Enrique Martínez el infausto día de su desaparición decidieron entonces prolongar por su cuenta los trabajos para intentar encontrarle. Entonces –según han explicados ellos mismos, incluso ante el juez- sucedió algo estremecedor, difícil de comprender al ser más propio de lo sobrenatural que de un caso policial de desaparición de un ciudadano.

En enero de 1992, tres meses después de los hechos, Jorge Roberto Boluda, uno de los amigos de Enrique Martínez, acudió a los juzgados de Tarragona visiblemente alterado y pidió hablar con el juez que llevaba el caso de la desaparición de su amigo, el titular del juzgado número 4. La declaración de Jorge dejó descolocados completamente a los responsables de las pesquisas, hasta el punto de que decidieron  no tener en cuenta su insólita historia, por ser a todas luces tan imposible de verificar como difícil de creer.

 

 

 

Jorge explicó que la tarde anterior había acudido a las inmediaciones de La Mussara con los otros dos jóvenes amigos de Enrique para seguir buscando al desaparecido. Tras una buena caminata, exhaustos y hambrientos, se dirigieron a las ruinas del pueblo a descansar un rato antes de regresar a casa. Pasaban unos minutos de la medianoche cuando escucharon ruido de cascos de caballos provenientes de la zona de la iglesia de San Salvador. Al asomarse a la puerta del templo abandonado, los tres jóvenes contemplaron, horrorizados, a unas figuras semitransparentes ataviadas con una especie de hábitos de monje de color oscuro o negro, con la capucha puesta. Según este testimonio, serían en total unas siete figuras las que deambulaban dentro de la iglesia, intentaron hablar con ellas pero fueron ignorados y, al cabo de unos cuatro minutos, desaparecieron súbitamente.

 

2.     LA HIPÓTESIS DE LA DESAPARICIÓN

Su esposa, quien contrató a videntes, no perdió la esperanza. Descartaba la hipótesis de la desaparición voluntaria, creía que su marido había sufrido un accidente

Tiene todo el sentido del mundo. Al fin y al cabo, en la Sierra de La Mussara existen simas en las que podría haber quedado atrapado Enrique Martínez.

No hubo suerte.

Las labores de búsqueda se detuvieron el 22 de octubre, 6 días después. Según la prensa, los bomberos suspendieron el rastreo ante la falta de novedades.

Han pasado 30 años desde aquel 16 de octubre de 1991. Visto con perspectiva ¿Cómo puede ser que no haya habido ninguna pista de su paradero?

Una de las hipótesis posibles es que Enrique, hubiese caído por algún lugar de difícil acceso y que no pudiese encontrarse ni ser hallado.

Este lugar, es muy frecuentada y debida a que nadie nunca vio ningún rastro o pista de Enrique, o el joven se cayó, o se lo tragó la tierra.


VÍDEO TRATANDO EL SUCESO:



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